Tejiendo las mitologías del mañana
"Bajaron por las pendientes empinadas de profundos cañones, Cañón de los Temblores y Cañón de los Murmullos fueron sus nombres; también pasaron por el Río de Escorpiones, pero no fueron picados por los innumerables escorpiones que hay en él. Luego llegaron a Río de Sangre y no bebieron de sus aguas".
Popol-Vuh
Así dice la narración de los antiguos mayas acerca de un viaje a través de lugares engañosos, plagados de peligros y deidades vengativas que compiten por dominar el mundo naciente. Esta historia constituye la base de su pasado y, por lo tanto, el fundamento para su futuro. La leyenda, todavía arraigada en el subconsciente de los actuales mayas, dice más o menos así.
En algún momento del pasado mítico, hace miles de años, había dos muchachos adolescentes que vivían en un mundo recién creado. Eran gemelos, tal vez de 14 a16 años. Y al igual que los adolescentes en la actualidad, se divertían mostrando sus habilidades físicas en lo que ahora se denomina el juego de pelota mesoamericano.
A medida que se desarrolla la historia, notamos que algo falta en la vida de esos muchachos. Han sido criados no por sus padres, sino por su abuela. Es la anciana la que atiende sus necesidades: cocinar, proveer refugio y, en general, enseñarles las responsabilidades de vivir en familia, cuidando del maizal y cazando para comer.
Y es a esa edad, ni niños ni adultos, cuando los gemelos se dan cuenta de su situación: sus padres partieron antes que los muchachos nacieran, atraídos por sueños de éxito y fama, jugando el mortal juego de pelota en lugares extraños. Nunca más regresaron.
Como hombres jóvenes con poca experiencia, sus padres marcharon a través de muchos peligros, solo para morir en manos de seres engañosos en una tierra hostil. Allí, en Xibalbá, reino de deidades malignas, son atormentados y finalmente asesinados. Sus cabezas son colgadas entre las ramas del árbol de morro, como ejemplo para aquellos que se atrevan a desafiar la supremacía de sus gobernantes.
Los adolescentes son tentados a seguir el mismo camino, en busca de sus padres desaparecidos. Atraídos igualmente por sueños de aventura y también revancha, alistan su equipo de juego de pelota para la larga y peligrosa travesía. Esta vez, sin embargo, están plenamente conscientes de los peligros que enfrentarán, y tienen en su arsenal poderes mágicos para encarar las amenazas del camino.
Antes de irse, los muchachos plantan dos granos de maíz en el huerto de la abuela, los que pronto germinan en dos tiernos tallos, uno por cada uno de ellos. Cuando se encuentren en peligro mortal —le dicen a la abuela— los tallos se marchitarán; pero cuando superen la adversidad, estos reverdecerán. "No quiera Corazón del Cielo que un día se sequen por completo...", suspira la abuela.
Se ha dicho antes que todas las mitologías se originan en eventos de la vida real, a menudo eventos traumáticos que llegan a definir y dar cohesión a un grupo. Tal es el caso del Éxodo de los israelitas, el arquetipo de las migraciones humanas forzadas, aunque ciertamente no la única. En la historia del Éxodo, los israelitas emigran para huir de una vida de opresión; tal desplazamiento a gran escala trae consigo sufrimientos indescriptibles, entre ellos, hambre, frío y calor extremos, y enfermedades.
No es siempre fácil separar la mitología de los hechos reales y distinguir cuánto es resultado de la imaginación de generaciones posteriores. Lo que es cierto es que los pasajes mitológicos están invariablemente adornados con eventos sobrenaturales e intervenciones divinas, una forma de explicar y dar sentido al milagro de la supervivencia, una realidad coronada con aura de justo destino y propósito.
¡Quién sabe qué eventos calamitosos condujeron al mito maya sobre la lucha contra el mal en tierras extrañas! En él, los chicos finalmente arriban a lo que es para los mayas el epítome de un lugar hostil, el terrible mundo subterráneo llamado Xibalbá. En el camino superan trampas mortales con nombres como Casa de la Oscuridad, Casa del Tiritar, Casa del Fuego, y Casa de las Navajas, metáforas quizás de las noches frías a la intemperie, el sofocante calor diurno, y de asaltantes en los caminos.
En la vida real, son innumerables los migrantes que han sucumbido a la muerte en su desesperado intento por llegar a su destino. Miles de años después, el mundo continúa siendo testigo de la brutalidad de las migraciones masivas, a menudo, la única vía disponible para lo humanos huyendo de la persecución, el hambre y la miseria.
En estas migraciones de la vida real, no hay poderes mágicos ni intervención divina, solo las leyes de la probabilidad: un porcentaje de los migrantes eventualmente alcanzará su meta, y una fracción de ellos perecerá en su intento. No es de extrañar entonces que, a medida que pasan los siglos, los sobrevivientes hilvanen historias llenas de magia y hechos extraordinarios, un mecanismo para justificarse a sí mismos y a las generaciones venideras el milagro de haber sobrevivido. La mitología se convierte en una forma de recordar las hazañas de nuestros antepasados en momentos de crítico actuar, y por lo tanto, de celebrar y agradecer nuestra propia existencia.
Estas historias son también un recordatorio que los migrantes en todas partes del mundo son más frecuentemente víctimas, prójimos que buscan desesperadamente una mano amiga. Dentro de mil años, sus historias —nacidas de las calamidades actuales— serán relatadas con todos sus monstruos, villanos, mártires y héroes. La pregunta entonces es, ¿dónde encajaremos cada uno de nosotros dentro de esas mitologías del mañana?
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Al migrante caído, de Centroamérica y alrededor mundo.